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  • Foto del escritorAdriana Méndez Acosta

LAS HORAS DE LA CLASE DE PINTURA

Actualizado: 11 may 2023

Adriana

18 de marzo, 2023.



- ¿Qué música quieres escuchar hoy?

- Mmm… algo tranquilo.

- ¿inglés o español?



Ayer fui a casa de Maru a tomar mi tercera clase de pintura. Esta vez acompañada por baladas en español y por una conversación que cobijó distintas historias. El lienzo con mi primer ejercicio ya estaba dispuesto sobre el caballete, así como los botecitos con la pintura acrílica en diferentes matices de rojo. Abrí un paquete de pinceles nuevos y los dispuse junto al vaso de plástico con agua.


Mientras me amarraba el mandil manchado por brochazos de colores me sentí pintora. Recordé esa frase que dice: “para ser, hay que parecer”. Me percibí más segura que las veces anteriores. Maru me sugirió una tonalidad anaranjada para resaltar algunas de las formas abstractas que componen mi cuadro. Me gustó la idea.


Di las primeras pinceladas con el recién estrenado color. Continué con el rojo intenso, el rosado y el vino. Volteé el bastidor cuantas veces fue necesario para dar los trazos en una sola dirección.


- Acuérdate de tener cuidado con las orillitas. Usa un pincel más delgado que el que estás usando.


Afortunadamente el clima cálido del mes de marzo permitió que la pintura se secara rápidamente. Durante las tres horas de clase me dio tiempo para que cada color quedara suficientemente saturado en las distintas figuras. Me alejé del caballete en varias ocasiones. Quería ver de lejos las siluetas que se formaron a partir de la intersección de las líneas curveadas que tracé con carbón la primera vez.


La conversación que sostuvimos, mientras los pinceles entre mis dedos se explayaban sobre el lienzo, fue íntima y sentida. Nuestra plática se fue dando naturalmente. La travesía por distintos lugares fue rica en contenido. Fui testigo de su dolor, causado por la reciente pérdida de su hermano. Me alegré por la cercanía que está construyendo con sus sobrinos: un hermoso legado. Me presumió orgullosa, a su sobrina través de fotos del celular al más puro estilo materno. Honró la solidez de la amistad que ha entablado con algunas personas en San Miguel que han sido más que generosos en compañía y apapachos.


La conversación tomó un tono festivo cuando recorrimos el reencuentro de un querido amigo suyo con su pareja que acaba de llegar de Egipto. Un evento absolutamente significativo por el calvario que tuvo que atravesar para salir de aquel país. La distancia y las dificultades para reunirse estaban dejando a sus corazones en los huesos, como diría Sabina. Hubo un momento en el que dejé de lado los pinceles para abrazarla.


Hablamos, como en otras ocasiones, de lo feliz que nos hace vivir en San Miguel. Esta tierra hemos permitido desplegar nuevas versiones de nosotras mismas que nos gustan y nos asombran. Hemos encontrado un lugar cálido y cómodo desde donde existir.


La voz de María Medina, que hacía muchos años no oía, me transportó a mi juventud. No deja de sorprenderme la memoria auditiva, que inmediatamente registra y replica en el cuerpo las sensaciones vividas en el pasado, sin importar lo lejano que sea. Recordé a mis amigas de prepa y sonreí. Me alegré de ser mujer. Agradecí ese permiso que tenemos para expresar nuestras emociones, para ponernos vulnerables, llorar y abrazarnos: la cultura nos ha puesto el camino fácil para establecer vínculos significativos con nuestras congéneres.


La subjetividad del tiempo es extraordinaria. Las horas y minutos pueden parecer cortos o lar

gos dependiendo de lo que estemos haciendo, o de la atención que les brindemos. En esta ocasión las horas transcurridas cobraron una dimensión distinta: me conecté no tanto con la duración, sino con el tamaño: con su aspecto cualitativo. Las entrañas de los minutos de ayer se ensancharon para contener una clase de pintura y una conversación tête à tête entre dos mujeres. Pareciera poca cosa, pero sin lugar a dudas, no lo es.


Me subí a mi coche y me dirigí a Alborada para atender a unos clientes. Casi pude escuchar y sentir el saludo efusivo de Pato, (el hijo de veintitrés años de mi amiga y directora de ventas), que sucedería unos minutos después, en cuanto llegara. Me conmueve la emoción que expresa al verme.


Me duele pensar en las dificultades que genera su discapacidad intelectual y me pregunto:


¿Qué regalo tendrá preparado San Miguel para Pato?







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